La tensión del atraco aumentaba por momentos. Después de mucho esfuerzo, nuestros atracadores habían reducido a Gandía, pero ni de lejos este era el final de sus problemas. Gandía incluso atado de pies y manos continuaba molestándolos.
- G: Shh, Tokio, guapa, cómo me gustas con ese traje.
- R: Gandía, te hemos dicho mil veces que pares de tocarnos los cojones.
- T: ¡Río! — se acerca Tokio a Río. — No pierdas el tiempo con este baboso de mierda. Vamos al lío, tenemos mucho trabajo por hacer.
- R: Pero, Tokio, debemos hacer algo con él.
- T: Tranquilo, Río, está hecho un trapo, incluso si intentase largarse, no lo conseguiría.
- R: No sé, nos la jugamos si fiamos de él.
- T: ¡Está reducido y no se puede mover! Ahora, por favor, no pierdas el tiempo. Si entra la policía al banco, entonces sí se va liar parda.
- G: Niñito, hazle caso a tu leona, no querrás que te muerda.
Tras eso, Tokio cogió su pistola y sin decir nada, disparó al pie de Gandía.
- T: Quizás morder no, pero disparar se me da de maravillas.
- R: Gracias, Tokio.
- T: De nada, guapo. ¡Ahora a trabajar!